Si la pregunta “¿se puede vivir del arte?” es difícil de resolver, cuando hablamos de artes electrónicas la respuesta se complejiza aún más. En nuestra práctica particular la opacidad del binomio ofrece una posible ventaja: frente a una oportunidad laboral uno podría adecuar el discurso para que encaje, más o menos bien, con lo que se busca. Los artistas electrónicos nos convertimos así en artesanos del engaño; estrategas de la utilización de nuestros conocimientos diversos.
Sin embargo, las artes electrónicas no están por fuera de la negación que sufre el arte en tanto práctica laboral. Esto desencadena por lo menos dos situaciones: por un lado, al estar ampliamente disociada de las necesidades y lógicas del mercado laboral, el artista tiende a idear estrategias creativas para subvertir -siempre desde una posición de desventaja- las estructuras ya consolidadas que gobiernan el mundo del trabajo y hacerlas jugar a su favor; por otro lado, se desempeña en algún trabajo más tradicional para poder financiar de forma paralela su actividad artística. Dichas situaciones convierten al artista en un trabajador de guerrilla que puede sobrevivir en varios terrenos y sabe dar escaramuzas en puntos estratégicos para ganar territorio en el mercado disputado por las formas de trabajo ya estructuradas y consolidadas.
Sin embargo, ¿cuál es el precio de este desdoblamiento? ¿de qué manera ejercer una práctica flexibilizada y no reconocida como trabajo afecta a nuestra vida cotidiana? ¿qué estrategias adoptamos para posicionarnos en un panorama laboral desfavorable para las iniciativas artísticas en general? ¿cuántas de nuestras problemáticas se comparten con otras disciplinas? ¿sería un ideal que el arte sea reconocido como trabajo? ¿qué modos de hacer arrastramos desde nuestra praxis hacia los espacios de trabajo? y, a la inversa, ¿qué puede aportar el mundo del trabajo a nuestra práctica creativa?
Si consideramos el trabajo como aquel dispositivo que nos permite transformar los fragmentos de realidad de los cuales somos partícipes, podemos dar lugar a la preservación de los vínculos y a otros modos de acción. Desde esta perspectiva es posible convertir la quietud de lo ordinario en potencia para el encuentro.
Así, una vez más, volvimos a lo colectivo como espacio de pensamiento y de acción. A lo largo del año, desarrollamos la misma acción performática en diferentes museos: leer en voz alta grupalmente una serie de textos que funcionaron como disparadores para abrir la discusión sobre las condiciones actuales de trabajo.
En el segundo número de Hormiguero ponemos en relación estos textos y las voces de quienes se sumaron a nuestros encuentros y nos contaron sus situaciones laborales. Lo disímil de sus condiciones ya da por sentado que el trabajo que realizamos es tan solo una pequeña muestra de un proceso de investigación cuyas “respuestas” son, a nuestros ojos, nuevos interrogantes. Si el arte es negado como práctica remunerada funcionará en este número como una excusa para señalar las múltiples formas en las que se dispersan las lógicas de explotación contemporáneas.
Lo que sigue es una colección de relatos anónimos en primera persona de las diversas condiciones de trabajo en la argentina que estamos viviendo y concepciones del trabajo desde distintas referencias. Futuro antiguo es una compilación de respuestas al dinero, al tiempo, al espacio y a las relaciones humanas generadas por y a través del ámbito laboral. Dichas respuestas son, obviamente, fragmentos, piezas sueltas de un rompecabezas que no estamos seguros de que se pueda completar. Así, por medio de fracciones de lo que sucede y llenos de dudas de qué es finalmente “el trabajo”, este número es el acercamiento a la relación entre trabajo, arte y tecnología que ensayamos a lo largo del 2018.
El ensayo requirió mucho esfuerzo pero sobre todo mucho trabajo de hormiga en la oscuridad subterránea del hormiguero. Ahora, a la luz del día, con ánimos de modificar el presente de un modo casi imperceptible pero muy eficaz, esperamos, en palabras de Bifo, que puedas robarle tiempo al capitalismo y sentarte a leer/mirar Futuro antiguo en horario de oficina.