F.C.: ¿Qué diferencia existe entre copia, plagio e interpretación?
J.C.: A esta altura del trayecto de las artes y de la circulación de información a través de internet la diferencia es de intención me parece más que de categorización. Incluso un plagio deliberado puede tener una intencionalidad artística. A mí me gusta mucho la palabra apropiación. En la apropiación uno de apodera de la forma o de la idea o de la imagen. Se apodera en el sentido de que la hace propia; pasa a ser parte de uno mismo. En ese caso, cuando uno se apropia de algo ya no importa cuál fue el origen. Dentro de eso, sí hay un borde que me parece que pertenece al territorio de la ética personal en cuanto a atribuir el origen de ciertos contenidos. Pero ese también es un borde difuso. A mí lo que todavía me genera conflicto de esos territorios es cuando veo que un artista de gran circulación se apropia de contenidos o de estéticas, ya sean sonoras o visuales, provenientes de territorios del under y las vuelve masivas sin hacer las atribuciones correspondientes. Eso pasa mucho y me sigue afectando. Me parece que es una situación muy vertical y muy injusta. Son discusiones que pertenecen al territorio de la subjetividad. Aún así todavía se ven: copias literales, copias con pequeñas modificaciones de los trabajos de otros artistas. Yo creo, sin hacer atribuciones, que ahí el principal perjudicado es el artista que clona sin apropiarse, sin resignificar, sin poner en contexto, [sin poner] en su propio territorio esas influencias. Cualquier idea de apropiación para mí tiene que ver con poner los contenidos de otros colectivos o personas en tensión con lo que te sucede personalmente y a tu alrededor. En ese caso, ya es tan del otro como tuyo ese contenido.
F.C.: ¿Cuál es el límite entre mantener un estilo propio (identidad del artista) y copiarse de uno mismo?
J.C.: Son todas preguntas que involucran muchas subjetividades. Son cosas que ya planteaba Francis Picabia a principios del siglo XX. Él hablaba del antiproyecto; de dinamitar la idea de estilo. Creo que hoy por hoy, pensar en forjar un estilo es una idea totalmente anacrónica. En todo caso sí se podría ver a partir del trayecto de una persona del arte ciertas ideas y obsesiones que son recurrentes y creo que es lo que nos pasa a todos; solemos ser esclavos de ciertos impulsos y de ciertas fascinaciones y de ciertas obsesiones de las cuales muchas veces no somos libres de desprendernos. Muchas veces caemos en lo mismo no por comodidad, sino por tilde mental. Desde ese sentido, nadie está exento de copiarse a sí mismo. Creo que también son más probables cuando uno transita el mercado del arte donde hay cierta demanda de una estética concreta y uno está empujado a hacer cálculos financieros asociados a su obra. Entonces tal vez es menos libre de tomar ciertas decisiones. Como a mí eso no me pasa… yo igual hace cinco años estoy trabajando sobre un mismo formato de audiovisual en vivo con juguetes y objetos, pero no siento que esté ni remotamente agotado. También lo tenés a Brian Mackern1, un artista uruguayo muy querido, muy respetado, que viene trabajando con un imaginario que desarrolló a partir del temporal de Santa Rosa y que ya lo está transformando en una especie de trayecto para toda la vida. Sigue presentando Santa Rosa en vivo, y cada vez que lo hace es distinto. Esos compromisos con ciertos formatos de por vida, me parece que no tienen que ver con armar el kiosco sino con entregarse a sostener algo que va más allá del tiempo concreto. Pero, igualmente otra vez esto es de cada uno. Siempre salen igual, en discusiones con amigos el “Tal se armó el kiosquito y ahora está vendiendo y reproduciendo”. Son comentarios más internos, pero todo eso es súper discutible.
F.C.: ¿Quiénes son tus referentes para producir obra? O ¿De quién te copiás para producir obra?
J.C.: Mis referentes fuertes, los que marcan mi estética, siguen siendo los artistas que trabajaban en el cine de entretenimiento de los ’80: Spielberg, CMX [No le entiendo bien si es esto lo que dice], Rick Baker o Tom Savini que eran desarrolladores de efectos de Prosthetics o de Animatronics. A mí eso me fascinaba. Jimbo Phillips2, que hacía diseños para las tablas de skate de Santa Cruz. Trabajaba con todos estos monstruos y calaveras y los colores flúor. Casi todos mis referentes no pertenecen al mundo de las artes contempladas como tales digamos. Michel Gondry3 en los videoclips de MTV de esa época [los ‘80]. Michel Gondry era y sigue siendo un referente fuertísimo.
Dan Deacon, hoy por hoy. Fela Borbone, un artista español que hace música con chatarra. Ahora son los que me salen. Y de acá, en su momento, tuve una influencia muy fuerte de un colectivo de gente que son de mi generación pero que ya venían trabajando desde hace mucho que son Oligatega numeric5 y Provisorio permanente6. Nico Bacal también. Son todos artistas de mi edad pero que empezaron a trabajar antes en el territorio de las artes visuales hibridando con tecnología. Cuando conocí la obra de ellos sentí que había un territorio al que podía pertenecer; en el que podía crear un discurso.
F.C.: ¿Cuáles serían los estereotipos y clichés de las artes que utilizan tecnología?
J.C.: La gran trampa de la tecnología es caer embelesado por el dispositivo. El otro día justo leí una nota que criticaba el último Ars Electrónica y hablaba de eso. Si no generamos una especie de uso crítico y reflexivo de la tecnología no nos diferenciamos mucho de Apple o de Samsung. Si vamos a alimentar la erotización de la tecnología entonces nuestro laburo artístico queda anulado. Ese creo que es el gran riesgo de la tecnología hoy por hoy: “cancherear” con la tecnología; con el Oculus Rift, con la Kinect, que son herramientas increíbles con las que podemos quedar atrapados en su caramelo.
F.C.: ¿Y cómo pensás que eso afecta al arte?
J.C.: Yo noto que hay una suspicacia muy grande hacia las artes electrónicas en otros territorios artísticos. Tengo la suerte de tener amigos en las artes visuales, en la pintura, en la fotografía, en el teatro… siempre con una suspicacia hacia las artes electrónicas. No les termina de cerrar. Creo que tiene que ver con que hay una imagen que la gente tiene –errónea creo yo– de las artes electrónicas de que son estos mundos inmersivos, sensorizados, donde uno se mueve y pasan cosas locas que tiene más que ver con entornos que se hacen para marcas o publicidad que con una reflexión crítica de los recursos. Entonces, yo creo que esa es una gran trampa. Ahí en la nota esa que te contaba de Ars Electrónica decía el riesgo es pensar que para cada problema de la vida hay una app que lo solucione que es lo que nos propone la tecnología móvil. Y no [existe].
F.C.: ¿Considerás que existe un nombre para definir todos los tipos de arte que utilizan tecnología? ¿Cuál? (Arte electrónico, Arte Tecnológico, Nuevos Medios, Arte Digital, etc.)
J.C.: A mí “artes electrónicas” es el que menos ruido me hace. Estaría bueno no tener que discutirlo como género. Todavía lo hacemos porque involucra ganar un espacio. No hay salones. Está el Salón Nacional de Nuevos Soportes en el que ves instalaciones con materiales no tradicionales para las artes académicas mezclado con videoarte, mezclado con artes electrónicas y terminamos cayendo en la bolsa de lo no clasificado. Entonces todavía hay que seguir defendiendo un espacio. La idea sería movernos hacia un territorio mixturado, húmedo, como dice Roy Ascott donde ya no hay que “enconrsetar” los formatos: la fotografía ya no es fotografía, la pintura ya no es pintura. Muy poca gente sigue practicando la disciplina tradicional del arte. Además todo arte es tecnológico. Toda disciplina artística ha estado atravesada por los recursos técnicos: La aparición del óleo, la aparición de la fotografía, la fundición en bronce. Si no son tecnologías y si no resultaron determinantes a las artes de su tiempo entonces… Además “nuevos medios” es… hay artistas que trabajaron con electrónica en 1920. Pero bueno, todavía hay que seguirlo definiendo porque todavía no hay un espacio ganado en los círculos tradicionales de las artes.
F.C.: ¿Qué significa hacer arte con ciencia o tecnología sin tener una formación específica en una de esas disciplinas?
J.C.: Es retomar un poco lo que decíamos de los territorios mixturados, de los cruces. Esta posibilidad de hoy de pararse con un pie en cada territorio para laburar. A mí me parece excitante la idea de encontrarte con territorios que no te son del todo propios y asimilar cosas de ahí; puede ser la ciencia, pueden ser otras disciplinas, pero me parece que retroalimenta mucho además. Retroalimenta al científico, al artista… son maneras de pensar distintas y salen cosas interesantes de ahí.
F.C.: ¿Creés que existe una disciplina propia de las artes que utilizan tecnología?
J.C.: No, ya no. Sí creo en la figura de un artista que esté involucrado en el rol técnico. Eso sí cambia un poco el paradigma con respecto a ciertos artistas que consignan el rol tecnológico en personas que hacen técnica. Me parece que lo que es interesante de plantarse en las artes electrónicas es tener una pata técnica y otra artística. Embarrarse con la programación, o con la electrónica, o con el desarrollo de software, o con la electromecánica, o con la robótica, pero metiéndose en ese territorio completamente, no tercerizando. En ese caso, sí creo en la figura de un artista técnico. Después tenés la gente que trabaja con apps, la gente que trabaja con programación pura y dura, la que mezcla programación y electrónica, la que hace robótica, los que trabajan en realidad virtual.
F.C.: ¿De qué modo pensás que debería usar la tecnología un artista? (Ayuda: herramienta, en sí, etc)
J.C.: No sé si hay una manera. Mi manera es usarla como un recurso expresivo a la manera de la madera, la cerámica, la tela, el bronce, el óleo, el crayón. Yo la pienso así tal vez por mi formación en artes visuales. Yo hice pintura, grabado, dibujo entonces estoy muy atravesado por lo material. Pero no sé si hay una manera. Retomando una de las preguntas anteriores quizás la manera tiene que ser una manera crítica, no tiene que ser condescendiente con lo novedoso. Siempre cuento algo de una fuente que no puedo chequear. Alguien me comentó que le habían preguntado a Nam June Paik por qué laburaba con tecnología y él había dicho que porque la odiaba. Me gustaba de eso el hecho de que no hay mayor puesta en crítica del recurso que utilizarlo porque uno lo detesta. Es como forzarse a trabajar con lo que uno no se siente naturalmente atraído. Eso me parecía alucinante. Yo trabajo con electrónica porque me fascina, sería como todo lo contrario, pero sí está bueno que hay una reflexión acerca del recurso; más en un tiempo donde la tecnología es el objeto del deseo. Nada deseamos más que el último celular, la última aplicación, los anteojos en donde entro a la realidad virtual… está tan erotizado todo eso que es como que si no paramos nosotros un poco la pelota no hay reflexión acerca del uso tecnológico. Artistas que trabajan con electrónica hay como hace 60 años y yo soy parte de este mundo pero siempre digo que me siento mucho más cerca de alguien que hace aguafuerte, o que talla o que borda que a un desarrollador de apps. Por alguna razón, mi práctica se sigue asociando más al desarrollador de apps que al lutier o a la persona que trabaja artesanalmente con la materia.
F.C.: ¿Qué marco, como modo de entender el mundo, proponen las artes que utilizan tecnología?
J.C.: Hoy por hoy creo que el marco es ese: reflexionar acerca de cómo nos interpela la tecnología y la sociedad de consumo tecnológico, cómo pararnos en un lugar que no sea ni apológico ni condenatorio, proponer nuevas maneras de usar la tecnología. Así como se nos invita todo el tiempo a producir contenidos a todas las personas, no así a ver qué manera de usar la tecnología puede transformarnos cotidianamente. Ese sería un marco posible, pero hay miles. Yo trabajo casi en lo narrativo, en contar una pequeña historia donde la electrónica es la herramienta que me permite forjarla. Mi trabajo, si es crítico hacia el uso de la tecnología, lo es de una manera subliminal. Hay muchas aproximaciones pero simplemente me parece que es eso, el no caer embelesado frente al recurso y ponerlo en tensión con lo que se pretende comunicar.⬛
JORGE CROWE (Tunuyán, Mendoza, 1976) Artista audiovisual, músico y docente. Desde el 2008 dirige el Laboratorio de Juguete. Es integrante del proyecto FLEXIBLE (arte & tecnología para la infancia), profesor en la Maestría en Artes Electrónicas (UNTREF) y en el Programa de Posgrado en Teatro de Objetos, Interactividad y Nuevos Medios (IUNA). Ha expuesto, realizado conferencias, talleres y performances en diversas ciudades de la Argentina, América (Montevideo, San Pablo, Rio de Janeiro, Belo Horizonte, Santiago de Chile, La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Bogotá, Cali, México DF, Nueva York) y Europa (Bergen).
FRANCCESCA DEGOAS cursa la Licenciatura en Artes Electrónicas orientación Sonido – U.N.T.R.E.F desde el año 2011 y, previamente, estudió Diseño de Imagen y Sonido en la U.B.A. Participó en obras de teatro y comedia musical. Le interesa la música, toca la guitarra y compone canciones. Fue parte del equipo de montaje de la muestra del artista francés Christian Boltanski y en el equipo de promoción y organización del evento de “Latin Grammys” junto con la U.N.T.R.E.F. Trabajó en el Museo de Arte y Ciencia de M.U.N.T.R.E.F como guía y como diseñadora gráfica y multimedia. Actualmente, lleva a acabo un proyecto personal publicitario de realización de avisos y jingles.